Durante estos días estamos analizando noticias, solo noticias de momento, de lo que se puede leer en las recientemente publicadas memorias en Francia del Rey Juan Carlos I, ese monarca que muchos pensaron durante un largo tiempo que era «campechano» y que aglutinaba en su persona todas las grandes virtudes del ser humano.
Ya dijo Pío Baroja que «a una colectividad se la engaña siempre mejor que a un hombre» y esa es la estrategia que siguió ese rey que ahora siente que «le roban su historia» y decide, en más de quinientas páginas, humillarse a sí mismo y demostrar su enorme cinismo, su nulo amor por su país, su desprecio a las normas establecidas y su poco ánimo democrático.
Estas memorias eran innecesarias, como también lo era la confirmación del enorme respeto que sentía por un dictador como era Franco. Esto último era tan innecesario como poco original. Elogia su «sentido político» y dice que «nada pudo destruirle, ni siquiera desestabilizarle, lo que, en un periodo tan largo, supone un gran desafío». Quizás hubiera sido interesante que pensara más sobre el uso de la coacción social, la violencia o el terror desde el Estado que garantizaba que el dictador poseyera ese aplomo que tanto admira el déspota Juan Carlos.
Si es despreciable que, incluso con la reflexión del tiempo, exista este elogio al dictador, incomprensible es que Juan Carlos se autoerija en paradigma de la democracia, en el salvador de España y en el defensor del constitucionalismo español. La situación en aquel momento era insostenible, tanto en el interior del país como a nivel internacional, y era obvio que se requería un giro de timón. Solo ese giro garantizaba que Juan Carlos pudiera ser Rey de España a largo plazo, solo caminar hacia la democracia podía lograr aparentar cambiar todo para que todo siguiera igual.
Se puede criticar la Transición española por diferentes motivos, pero solo con un desprecio a la Historia de España se puede asumir que Juan Carlos fue quien controlaba todo. Solo con el deseo de la mentira se puede imaginar que nada hicieron Adolfo Suárez o Torcuato Fernández Miranda o Manuel Gutiérrez Mellado (entre otros) dentro de las instituciones franquistas para la Transición. Solo con el convencimiento de que estos y otros ya no pueden hablar puede un tirano arrogarse para sí todos los trabajos para conseguir la Transición española, sea esta mucha o poca cosa.
De igual forma, imaginar que todo se logró gracias a la benevolencia y la generosidad de las instituciones franquistas y que en nada son responsables (o siquiera corresponsables) de la Transición Santiago Carrillo, Felipe González o Nicolás Redondo (entre otros) es poseer una egolatría y un narcisismo impropias de cualquier persona inteligente y pocas veces vista que, a tenor de lo que se conoce, puede describir bastante bien al que fuera durante décadas el Rey de nuestro país.
Asimismo, Juan Carlos saca pecho en sus memorias sobre el 23F y asegura que tiene «preguntas y dudas sobre el desarrollo de los hechos y el compromiso de algunos». ¡Qué curiosa frase la del monarca! Pues es la ciudadanía quien tiene que poseer legítimas preguntas y dudas sobre lo que aconteció ese 23F y sobre el papel de nuestro entonces Jefe de Estado en dicha operación. Y no lo digo yo, lo dijo, y hace ya tiempo, Sabino Fernández Campo, a la sazón Secretario General de la Casa Real y hombre de confianza del Rey, cuando aseguró que Juan Carlos estaba tranquilo tras conocer lo ocurrido en el Congreso y que, tras los disparos producidos en el hemiciclo, dijo que «eso no estaba previsto», como quien conoce el plan de los hechos de antemano, extraña expresión para el Rey que se supone que estaba descubriendo por la transmisión de la radio aquello que pasaba en la sesión del Congreso sin tener conocimiento alguno previo.
Además, en esa megalomanía que demuestra Juan Carlos en sus memoria cree que «el ‘¿por qué no te callas?’ se convirtió en lema de resistencia política». Esa recordada frase que Juan Carlos espetó al entonces Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, durante la cumbre iberoamericana de 2007 y que se convirtió en una suerte de meme. Es cierto que esa intervención del rey estuvo presente en medios de comunicación y tertulias en ese momento, pero implica una imaginación desbordante, solo al alcance de un niño pequeño o de quien se siente una suerte de semidios, pensar que fue un lema de resistencia política.
Sabiendo las diatribas del Rey huido, de ese que quiso pasar a la Historia como el adalid de la democracia, pero estará en ella como el libertino que amasó toda la fortuna que pudo por todos los medios a su alcance, fueran morales o inmorales, alcanza especial relevancia aquella cita de Demóstenes que reza «no hay nada más fácil que el autoengaño. Ya que lo que desea cada hombre es lo primero que cree».
He de reconocer que me provoca una lástima terrible cómo Juan Carlos ha tratado su propia figura, cómo pudiendo ser una persona íntegra decidió no serlo, cómo creyó que podía hacer lo que quisiera porque se sentía por encima del bien y del mal, cómo pudo retirarse en silencio y decidió molestar a la Jefatura del Estado y a la democracia española y cómo podría haber respetado aquella sugerencia de su padre, Juan de Borbón, Conde de Barcelona, que le dijo, según el propio Juan Carlos, «que no escribiera mis memorias. Los reyes no se confiesan. Y menos, públicamente. Sus secretos permanecen sepultados en la penumbra de los palacios» y aún así ha decidido degradarse y torturarnos con estas páginas que ahora ven la luz.

